Breve introducción al ocaso de los camellos




Cuando acontece que un camello muere se sabe es este un evento nimio para aquellos que poco entienden de idas y del sopor que arrastra una suela que se vuelve ahora huella. Cuadrúpedos, taciturnos, los camellos desconocen la palabra “pena” y no discuten demasiado cuando presencian encarnizadas charlas que mezclan existencialismo con subjetivismo, angustias con eventos festivos. Son animales simples y solos aguardan, limitados a girar la vista cuando un colegiado revuelve los canales de televisión con graficas de barra y Paretos y conclusiones que poco entienden. No suelen estar al tanto del mecanismo que triunfa en encender un día en la noche, ni de grifos, ni de lo intenso que se torna calcular la onda verde en horas pico. […] Seres ignorantes y lentos, un camello rara vez se detiene a presenciar las líneas de producción en serie, la variedad de carteles, el tumulto típico de la ciudad.
¡Ambición festejable la que lleva las vacas a observar el pos margen de los alambrados! No los camellos, nunca ellos que se dejan de cotidiano caer, vanos como semillas sobre adoquines, limitada su ciencia al instinto dormido, al masticar rítmico y obligado. Pereza de espíritu, liviandad de arrojo.





(Aún así y todo, he oído de camellos dibujando el desconsuelo ante cuerpos semejantes e inánimes, arremolinados en suplica frente a uno de sus caídos, y quizás es cierto, digo, y no valga esto siquiera como introducción, pero tan sólo quería comentar que amarrado de iniciativa como puede y a la vez llega también a ser, un camello no falla nunca en extrañar a otro camello)

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